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jueves, 29 de marzo de 2012

Partiste de mi lado un día cuando aún te necesitaba y llenaste mi vida de fantasmas y dolor.
Yo que tanto te amé pero tu ausencia está logrando que ya casi no recuerde tu cara,
y siento que te mueres cada día, que me dejas cada día, que no regresas como antes.
Aún así, tu recuerdo va conmigo donde quiera que vaya; de esa manera te tengo cada vez que te necesite, a veces puedo sentir que puedo tocar tú mano fría,  tan fría como las lágrimas que derramé ese noche, una fría noche de casi otoño y que dejaste un luto compartido.
Ya no quiero llorar, no voy a llorar porque sé que te convertiste en ángel, un ángel, que me ayudará a cubrir con un escudo mis ojos y mi corazón, un escudo de olvido que proteja mi tristeza, algo que me ayude a no extrañarte tanto. Alejar el dolor es imposible,  dejaste huellas en mi alma de niña y no puedo evitar que me duela el dolor del egoísmo por no aceptar que has partido.
Me he subido al cerro más alto y he gritado tu nombre, pero no me escuchas, sólo me responde un silencio eterno, se me doblan las rodilla y caigo al suelo y el silencio grita en el viento que tu ya no estás aquí , la tierra que cubrió tu cuerpo te guarda para siempre, que ya nunca más sentiré tu voz llamándome, que ya nunca más me tomaré de tu mano, que el agua que apagaba mi sed ya no estará en mi mesa humilde, que ya no calmaras mis rabietas de niña caprichosa, pero sé que en mis recuerdos y en mi alma de eterna primavera, vivirás para siempre... ana.

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